08 junio 2013

Poesía: "Jirones de música" de Eusebio Ruvalcaba.

Poemas dedicados a grandes músicos mexicanos como: Guty Cárdenas, Ricardo Castro, Leonardo Coral, Tacho Flores, Gilberto García, Arturo Xavier González, Enrique González Philips, Federico Ibarra, Agustín Lara, Armando Lavalle, Mario Lavista, Raúl Lavista, Cuarteto Lener, Carlos Luyando, Gildardo Mojica, José Pablo Moncayo, Juan F. Mora, Augusto Novaro, Manuel M. Ponce, Silvestre Revueltas, José Rolón, Higinio Ruvalcaba y Luis Ximénez Caballero.


Tacho Flores
En Guadalajara tocó el quinteto para clarinete
con el cuarteto Lener. Nadie se imaginó aquella
capacidad para hacer de su instrumento el enlace
entre Mozart y el paraíso. El público acudió
al camerino, para acariciar el clarinete.

Carlos Luyando
Tocaba los timbales y su pelo ensortijado
tornábase indomeñable. Los músicos le guardaban
reverencia. “Al dios del ritmo”, le firmó Stravinsky
una fotografía, que tenía colgada en la sala.

Enrique González Philips
Hijo de Enrique González Rojo, vivía en la Álamos.
Se empeñaba en que sus alumnos estudiaran
música de cámara.
Las mujeres lo peinaban
mientras interpretaba a su adorado Bach.

Silvestre Revueltas
Un día pasó una banda por su pueblo,
y se quedó bizco del pasmo.
Se dice que estropeó una tina de tanto
golpe que le dio. Por imitar el tambor.

Cuarteto Lener
Si había algún niño en el ensayo,
Joseph Smilovits, el segundo violín,
ponía delante de él un bote
de caramelos. Para que se entretuviera.

Juan F. Mora
Él mismo liaba sus cigarros. Vestía traje claro,
zapatos blancos. Limpiaba sus quevedos de oro
con una servilleta, luego de echarles vaho. Se los
ponía cuando revisaba su sonata para violín y piano.

Augusto Novaro
Vivía en la calle de Progreso, por Escandón.
Fue matemático, además de fabricante de pianos, guitarras,
violas y violines. No sé si violonchelos.
Su hija Rosita conservó esos instrumentos. Y los mostraba.

Guty Cárdenas
Con su título de contador en las manos,
le dijo a su padre: “Con esto pago
mi deuda.
De aquí en adelante soy músico”.

Manuel M. Ponce
Salía a caminar por la calle
de Damas, en la Guadalupe Inn.
En su cabeza, la guitarra y el piano
se disputaban el cetro.

José Rolón
Viajó a caballo de Zapotlán a la ciudad
de México para escuchar a Paderewsky.
La equitación y el piano los había aprendido
en el rancho El Recreo, propiedad de su padre.

Arturo Xavier González
Le decían El Güero. Tocaba Paganini al chelo
como cualquier cosa. Nació en Tequila y murió
en Guadalajara. Fue director de la banda del estado
y de una orquesta de baile. Sus ojos eran verdes.

Mario Lavista
Apenas el sol clarea sobre la ciudad de México,
su Responsorio emprende el vuelo
desde el árbol de la Noche Triste.

Agustín Lara
Mis maestros fueron los prostíbulos, respondió
alguna vez. Cuando cumplía años, las putas
le obsequiaban una mujer virgen. Afuera de la XEW
lo esperaban por centenares. Noche a noche.

José Pablo Moncayo
Sacaba a rastras a su hermano Francisco,
El Barrilito, de las cantinas. No bebas tanto,
le decía, que te vas a morir. El Barrilito,
violinista de prosapia, le sobrevivió años.

Higinio Ruvalcaba
Tocó de zurdo. Los mariachis lo miraban sonrientes.
Y recogían las monedas que el público de la calle
le arrojaba. Atilano González, su padrino, dijo:
“Este niño me gusta para mariachi”. Y se lo llevó.

Ricardo Castro
De palidez extrema, su rostro parecía marcado
por un romanticismo trágico. Las mujeres
lo espiaban cuando tocaba en su piano Steinway
de media cola. Murió joven, con su madre al lado.

Armando Lavalle
Se acodaba en la barra y pedía una botella
de Wyborowa. Conforme el contenido iba
disminuyendo, sus ojos se llenaban de lágrimas.
Murió en Coatepec, rodeado de verdes y de amor.

Raúl Lavista
Como alguien salpica agua cuando pisa un charco,
él desbordaba música por donde pasaba.
La música le escurría, hasta empapar los guiones
de las películas. Cuando asistía al cine, sonreía.

Gilberto García
Asombraba por su modo de tocar la viola.
Todos se preguntaban de dónde
provenía aquella genialidad. Pero él
se limitaba a sonreír y desearle suerte a todos.

Leonardo Coral
Desarmaba sus camioncitos
para encontrar
el secreto de la música.

Gildardo Mojica
La gente acudía en tropel cuando interpretaba
Mozart. Era tal la dulzura con la que tocaba
la flauta, que algunos se preguntaban si dentro
de esa flauta no habría un canario agonizando.

Luis Ximénez Caballero
En sus giras a bordo de un camión bajo
el sol inclemente de Sonora, se detenía
en cualquier poblado para dirigir
la Orquesta Sinfónica del Noroeste.
Le obsequiaban agua para saciar su sed.

Federico Ibarra
Duerme profundamente,
excepto cuando una idea musical
adquiere forma en su cabeza.
Que es todas las noches.

Eusebio Ruvalcaba
Tuvo dos preceptores: Mozart y Brahms.
Desayunaba vino con Schubert,
comía pato y cerveza con Beethoven
y cenaba arenques y ajenjo con Schumann.
Perdió la cabeza cuando puso papel pautado
en la máquina de escribir.

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